La gente empieza a llegar con sus banderas. El sol de la seis exalta el amarillo, azul y rojo sobre todas las cosas en la plaza de Union Square, un emblemático parque en Manhattan. En la tarde del 30 de julio un grupo de jóvenes aliados al Comando con Venezuela convocó a una protesta pacífica para denunciar lo que consideran un fraude electoral por los resultados del pasado 28 de julio. Exigen el fin del régimen de Nicolás Maduro.
“Gloria al Bravo Pueblo”, cantan las voces, ya no con la retahíla de un monótono himno nacional, sino con la convicción de que la frase es una oración que traza el mapa de su libertad. Hay familias, hay grupos de amigos, hay gente sola, vendedores de banderas y vendedores de agua, hay oficinistas, gente elegante, jóvenes haciendo transmisiones por redes sociales. Hay niños, ancianos, otras nacionalidades.
Francis Bravo sostiene un cartel. Firme. Seria. Va vestida de negro y lleva anteojos. Hace tres años salió corriendo de Venezuela. “Las persecuciones empezaron por medio de los colectivos, un grupo de personas armadas que el Gobierno tiene bajo su poder para amedrentar a los venezolanos que estamos en las protestas y que estamos en contra de ellos. Luego tres personas entraron a mi casa, me golpearon con armas y me amenazaron de muerte si seguía protestando. Ese fue el detonante que me hizo huir y dejar a mi familia atrás”.
Llega más gente. Hay un foco principal entorno a una pancarta. Las voces líderes prestan su voz para empujar arengas. Todos repiten, sobre todo, “libertad”. Los nombres de María Corina Machado y Edmundo Gonzálezse aplauden. Al nombre de Nicolás Maduro le sigue un fuerte “¡coño e tu madre”! La gente cuchichea y especula: “Si se me aparece en chavista lo mando de patada pa Venezuela”.
Una pareja habla sobre el panorama que está por delante. Dicen que, a diferencia de las elecciones pasadas, ahora quienes están en las calles son el pueblo, la clase popular. Ya no es cosa de la clase media y la clase alta, ahora es el pueblo, el mismo que antes votaba al chavismo, es el que protesta. No miden el peligro, dicen.
Daniela Hernández es una joven de 23 años que salió de su país a los 13. Nunca ha regresado. “Es muy rudo porque es estar fuera del país donde naciste. Mi familia se ha separado bastante. Yo no pude ver a mi mamá por 7 años”. Así como ella, Chantal y Victoria no conocen Venezuela, no recuerdan el país que dejaron, “para nosotras es un sueño conocer la Venezuela de la que nos hablan”.
Las rupturas familiares que ha dejado el éxodo venezolano atizan los fuegos de la rabia. Hasta el mes de abril de 2024 hay 7,7 millones de migrantes y refugiados venezolanos en el mundo. Aquí está Roselby nada más que con sus dos hijos. Es una mujer de 30 años que cruzó por el Darién en siete días. También está Carlos Ramírez, quien llegó hace 15 meses con su hija, pero sin tres de sus hijos. Ondea una bandera y sopla su pito. Está seguro de que se robaron las elecciones: “Mi papá que murió hace 15 años y sale que votó”.
Entre la gente dos mujeres discuten acerca de la reacción de los norteamericanos: no saben o no les interesa que en Venezuela se haya cometido un fraude electoral, sostienen. Carlos Egaña, uno de los organizadores de la protesta, ve algo positivo en todo esto: “En contraste con otras cuestiones caóticas que han pasado en el país años atrás, nos parece genial que haya mucho apoyo de otros países, de gobiernos asociados a una izquierda que tal vez históricamente le hubiera dado el beneficio de la duda al chavismo, me refiero al caso de Gabriel Boric, y de Bernardo Arévalo en Guatemala, que expresó unas dudas muy serias. A nosotros nos encantaría que el chavismo abriera los ojos y los oídos y entendiera que la mayoría quiere otra cosa, nosotros no queremos que nos intervengan militarmente para un cambio”.
También se queja de que organizaciones en favor de los derechos humanos y de los pueblos oprimidos como The Peoples Forum hayan apoyado a Nicolás Maduro de manera frontal “ignorando la cantidad de grupos de izquierda, de grupos obreros, del mismo partido comunista de Venezuela, así como la cantidad de reportes sobre violaciones de derechos humanos que cuando se reportan en otros países se apoyan”.
La protesta transcurre durante dos horas. No flaquea. Llegan más y más personas, son centenares. No hay un ambiente festivo, pero tampoco hay voces de derrota. Uno de los jóvenes que ha liderado el discurso pide a todos que se pongan de rodillas para rezar un padre nuestro. Los creyentes se arrodillan, cierran los ojos, una mujer llora, encienden velas y, como último recurso, rezan.