Uno de los mayores hitos científicos de los últimos años ha sido el hallazgo de la herramienta CRISPR/Cas9, ya que gracias a ella se puede editar el material genético “cortando” secuencias peligrosas y volviendo a cerrarlas, ya sea directamente o a través de la inserción de un nuevo fragmento de ADN que sustituya al anterior. Sin embargo, toda arma conlleva una responsabilidad, por lo que a veces cuando se da a conocer la noticia de que algún científico ha excedido los límites considerados como éticos saltan todas las alarmas.
Por supuesto, la mayor reticencia existente en torno a esta técnica es su uso para editar genes en embriones humanos. Los primeros en lanzar una noticia al respecto fueron los chinos, que en 2015 anunciaron que habían editado el ADN de un conjunto de embriones descartados de clínicas de reproducción asistida, con el fin de modificar la mutación genómica responsable de la talasemia.
Dos años después, eran investigadores estadounidenses los que se “subían al carro” de la modificación genética de embriones, esta vez con el fin de eliminar la alteración genética que se encuentra detrás de la miocardiopatía hipertrófica. En ambos casos se usaron técnicas diferentes, aunque siempre basadas en CRISPR/Cas9, pero sí que había algo que tenían en común: los embriones nunca se implantaron en un útero para continuar la gestación.
Los que sí aseguran haber superado ese paso son el doctor He Jiankui y su equipo de la Universidad de Ciencia y Tecnología del Sur (Shenzhen). Sus declaraciones son doblemente polémicas. Por un lado, porque no hay pruebas suficientes de que todo lo que dicen sea cierto. Por otro, porque su procedimiento es éticamente dudoso, en base a lo establecido por buena parte de la comunidad científica.